Dos casas y una decisión histórica: el divorcio de Isabel Preysler y Julio Iglesias.
Cuando Isabel Preysler se separó del cantante quiso hacer una repartición justa del patrimonio que debería recibir, además de la manutención por sus hijos en común.

Un matrimonio roto por las infidelidades y tres hijos en común. Así se puede resumir la relación que mantuvieron Isabel Preysler (74 años) y Julio Iglesias (82 años).
La realidad es que detrás de todo hubo mucho más. Algunas de estas cuestiones han sido reveladas por la propia socialité en ‘Mi verdadera historia’, sus memorias que acaban de ver la luz.
A pesar de los motivos de su separación, plagados de infidelidades, la pareja supo llegar a un acuerdo justo en lo que respecta al reparto de su patrimonio. Isabel se quedó con dos viviendas en propiedad, una en Madrid y otra en Málaga.
“A Julio le conocí en una fiesta, pero me había llamado un amigo suyo para decirme que me había visto en otra fiesta y que me quería conocer.
Allí le encontré, encantador, lleno de vida, un señor súper simpático. Me tuve que casar embarazada y eso fue durísimo porque no estaba preparada para ello y seguramente Julio, tampoco”, explicó Preysler en su visita a ‘El Hormiguero’.
Las dos casas.
El 29 de junio del año 1971 fue el día que la pareja decidió para formalizar su relación.
Se casaron en Toledo en lo que se conoció como la boda del año.
Primero llegó su hija mayor, luego Julio José y, por último, Enrique.
Tres hijos nacidos de este matrimonio que llegaba a su fin en el año 1978, tres años después de haber dado a luz a su último vástago en común.

Las infidelidades fueron las causantes de esta separación, tal y como la propia Isabel confiesa en sus memorias.
En la mente de la socialité, garantizar el futuro de sus tres hijos. De ahí que el reparto del patrimonio de la pareja fuese especialmente delicado.
Isabel y Julio se casaron en bienes gananciales. No obstante, Preysler sabía que gran parte del patrimonio que le correspondería se lo había ganado su marido por méritos propios.
Isabel tomó una decisión. No quiso la mitad del patrimonio que había acumulado el cantante durante su matrimonio.
El enorme éxito de Julio en aquella época le garantizaba multitud de ingresos.
A ellos quiso renunciar Preysler por razones lógicas, ya que era consciente del esfuerzo de su marido por haberlo conseguido.
La pareja llegaba a un acuerdo privado.

Fueron dos las casas que el cantante le dio a su mujer. La primera, un piso en San Francisco de Sales en la capital de nuestro país.
La segunda propiedad era una residencia en Guadalmar, en la Costa del Sol.
En aquel momento a Isabel le pareció razonable esa negociación, por lo que aceptó sin poner ningún impedimento, consciente de que iba a poder ganarse la vida tras su separación. Pero había más.
Junto a estas propiedades, el abogado del cantante realizó una llamada a Isabel para acordar la cantidad económica que le otorgaría.
Por un lado, fueron 200.000 pesetas las que tenía de asignación mensual. Por otro, la manutención para sus tres hijos en común estuvo fijada en 180.000 pesetas.
La primera cantidad dejó de percibirla cuando pidió la nulidad matrimonial para casarse con Carlos Falcó. La segunda la mantuvo hasta que sus hijos se mudaron a Miami.
Su separación.
Para evitar rumores, el entonces matrimonio decidió emitir un comunicado conjunto con el que anunciaban el fin de su relación.
“Saliendo al paso de posibles especulaciones o noticias escandalosas que puedan tener origen en la situación personal nuestra, conjuntamente nos consideramos obligados a explicar, de una vez para siempre, la determinación a la que libremente hemos llegado de separarnos legalmente”, comunicaron en la revista ‘Hola’ el 22 de junio del año 1978.

La filipina ha hablado en sus memorias de las razones que llevaron a emprender caminos separados.
“Al final, nuestra vida conyugal se limitaba a las postales de los diferentes países que Julio visitaba en sus giras y al teléfono, porque sus ausencias eran cada vez más largas y sus éxitos musicales cada vez más importantes.
Nuestra conversación dejó de ser tan fluida y desenfadada como al principio y, casi sin darme cuenta, pasé de compartir mi vida con un hombre atento a tener que acostumbrarme a prescindir de su compañía”, ha confesado en su libro.
Sin embargo, no fue la única separación a la que se enfrentó. No nos referimos a la de su vida conyugal posterior, sino a la que tuvo de sus hijos.
“Fue el día más triste que recuerdo”, recuerda Isabel sobre el momento en que sus tres hijos se marcharon a Estados Unidos.
“El día que los dejé en el aeropuerto de Barajas, siendo unos niños, para que pusieran rumbo a una nueva vida en Miami, lejos de mí.
Cuando la seguridad de tus hijos corre peligro, tomas decisiones muy difíciles, aunque el corazón se te rompa en mil pedazos”, revela en sus memorias.