La hija mejor de los Reyes afronta ya sus primeros días como universitaria.
Vive en Lisboa actualmente pero ello no impide que siempre tenga un elemento de tensión que no soporta.
Doña Letizia lo sabe.

Una imagen de la Reina y de la Infanta Sofía, este verano en Mallorca
Hay jóvenes que crecen rodeados de cámaras como si fueran parte de su sombra.
Y luego está Sofía de Borbón, la hija menor de los Reyes, que no soporta ese asedio permanente y que, según cuenta Pilar Eyre en su blog de la revista Lecturas, vive con auténtica fobia a los paparazzi.
La cronista de las Casas Reales describe a la infanta como divertida, con personalidad, con humor y rebeldía.
Pero tras esa fachada late un problema que marcará su vida: el peso de ser un personaje público al que nunca le van a permitir pasar desapercibida.
Algo que la Reina Letizia sabe demasiado bien, porque ella misma padeció la presión mediática cuando era princesa y, más aún, cuando se convirtió en Reina.
La última prueba de fuego ha llegado con las imágenes robadas en el campus del Forward College, en Lisboa, donde Sofía estudia su grado. Una fotografía sin pose, sin maquillaje, con mochila y sudadera, rodeada de jóvenes anónimos.
Una estampa aparentemente banal, pero que indignó a Letizia porque nadie en la Casa Real sabía que esas fotos existían.
Ni la propia Sofía se dio cuenta de que la estaban retratando.
Para Zarzuela fue un jarro de agua fría: si no se puede controlar ni lo que ocurre en un campus extranjero, la sensación de indefensión es total.
De ahí, precisamente, el celo con el que se eligió el destino académico de la infanta.
No fue un capricho.
Según detalla Eyre, las discusiones en palacio fueron intensas: si quedarse en España y arriesgarse a que cada día hubiera cámaras a las puertas de la universidad; si enviarla a centros elitistas como Princeton, Eton o la Sorbona, que Letizia descartó de inmediato por todo lo que oliera a “pijo” o elitista.
Al final, la solución vino de la mano de Boris Walbaum, aquel activista y mecenas que recibió el Premio Princesa de Girona en 2018.
Había fundado un nuevo proyecto educativo en Lisboa, y allí encontró Sofía un refugio a medias, porque ni siquiera en Portugal se libra de los objetivos indiscretos.
Felipe VI, que siempre ha sido más protector con su hija menor que con la heredera, cedió a regañadientes.
No quería verla alejarse del hogar vacío de Zarzuela, pero comprendió que cualquier universidad española sería un infierno mediático.
Ahora sufre en silencio, como su mujer, porque la adolescente a la que llaman “la niña de sus ojos” no soporta tener a la prensa detrás de ella a cada paso.
Y es que la Reina Letizia sabe lo que significa vivir con esa espada de Damocles.
Aún recuerda cómo en Italia fue relegada a un segundo plano en la foto oficial con Giorgia Meloni, o cómo ciertos reportajes en revistas publicaron imágenes suyas sin previo aviso, incluso aquellas en las que aparecía desaliñada saliendo de un restaurante.
Esa misma sensación de vulnerabilidad es la que teme para su hija.
Sofía, mientras tanto, afronta la contradicción de crecer en una familia donde no hay escapatoria: es la segunda en la línea de sucesión al trono, pero al mismo tiempo quiere una vida lo más normal posible.
Sus padres lo saben, y el nuevo equipo de comunicación de Zarzuela también, por eso tratan de proyectar una imagen transparente, cercana, con posados cuidados que contrasten con los “robados”.
Pero por mucho que lo intenten, Sofía seguirá siendo un imán para los paparazzi.
Y esa fobia que ya siente a sus 17 años no desaparecerá: forma parte de su destino.