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“El silencio en la sala se rompió con una sola frase…” Así comenzó la declaración del subdirector de EL MUNDO, Esteban Urreiztieta, en el juicio del fiscal general —una comparecencia que no solo estremeció a los presentes, sino que reescribió el relato mediático de un caso que parecía bajo control, hasta que las palabras del periodista detonaron una secuencia de revelaciones que nadie había previsto, dejando a los abogados sin réplica y a los observadores con la respiración contenida. Mientras los flashes iluminaban su rostro y el eco de sus afirmaciones resonaba en las redes sociales, Urreiztieta no solo habló: expuso, con precisión quirúrgica, los engranajes ocultos de una historia tejida entre despachos, llamadas privadas y presiones políticas, sacando a la luz nombres, documentos y hechos que podrían alterar el equilibrio entre prensa y poder. Lo que parecía una simple declaración se convirtió en un terremoto institucional que amenaza con arrastrar a figuras intocables, con cada palabra del periodista transformándose en dinamita jurídica, abriendo una grieta que se extiende minuto a minuto mientras el país entero se pregunta qué otras verdades aún permanecen ocultas… y quién se atreverá a pronunciarlas.