Smith. El fundador devorado por su criatura: la caída de Javier Ortega Smith y el nuevo rostro de Vox.

En política, la lealtad suele ser un bien escaso y la memoria, aún más fugaz. Los partidos nacen con promesas de unidad y principios inquebrantables, pero el tiempo y el poder acaban transformando esos ideales en reglas no escritas donde la obediencia se convierte en el único dogma.
La historia de Javier Ortega Smith, abogado, fundador y otrora mano derecha de Santiago Abascal, es el retrato de una metamorfosis política que ha dejado cadáveres en el camino y ha revelado el verdadero rostro de Vox.
Smith no fue un peón más en el tablero de Vox. Su nombre está grabado en la génesis del partido, en las primeras reuniones clandestinas, en los debates donde se forjaban los discursos que acabarían resonando en el Congreso.
Era el hombre de confianza de Abascal, el “compadre” que ponía voz y letra a las batallas legales y políticas que convirtieron a Vox en una fuerza disruptiva del panorama español. Su presencia era sinónimo de fuerza y convicción; su imagen, inseparable de la del líder.
Pero el poder, como una criatura hambrienta, devora a sus propios padres. En 2025, Ortega Smith ha sido apartado del Congreso y relegado a la marginalidad política en Madrid, donde resiste como concejal sin apenas influencia.
La purga no fue súbita, sino el resultado de una lenta erosión interna que ha terminado por borrar su nombre del relato oficial.
Vox, el partido que gritaba “ni un paso atrás”, ha dado pasos sobre los restos de quienes construyeron sus cimientos.
La caída de Smith no es solo una anécdota personal; es el síntoma de una transformación profunda en Vox.
El partido, que nació como respuesta al desencanto y la indignación, ha evolucionado hacia una máquina de obediencia donde la disidencia se paga con el ostracismo.
Las voces críticas, antes celebradas como muestra de pluralidad y fortaleza, son ahora silenciadas o expulsadas.
El mensaje es claro: no hay espacio para quienes piensan por sí mismos.

La relación entre Abascal y Smith, tan estrecha en los primeros años, se ha enfriado hasta el punto de la indiferencia.
El líder de Vox ha dado la espalda a su abogado, a su amigo, a su cómplice en tantas batallas.
Los que antes compartían estrategias y sueños, hoy apenas se cruzan en los pasillos de la política madrileña.
La traición, si es que puede llamarse así, no se ha hecho pública; pero el silencio y el vacío son más elocuentes que cualquier declaración.
El proceso que ha llevado a Smith a la marginalidad comenzó mucho antes de su salida del Congreso.
Las tensiones internas, las luchas de poder y las diferencias estratégicas fueron minando su posición.
Vox, obsesionado con la disciplina y la imagen, no toleró las discrepancias. Smith, conocido por su carácter fuerte y su tendencia a la confrontación, se convirtió en un estorbo para la maquinaria del partido.
Los rumores sobre su deslealtad, alimentados por sectores cercanos a Abascal, terminaron por justificar su defenestración.
La política española está llena de historias de caídas espectaculares, pero pocas tan simbólicas como la de Ortega Smith.
Su destino refleja la fragilidad de las alianzas y la volatilidad del poder. Lo que ayer era imprescindible, hoy es prescindible.
El partido que se presentaba como refugio de los desencantados ha acabado reproduciendo las mismas dinámicas de exclusión y purga que tanto criticaba en sus adversarios.
La marginalización de Smith ha tenido consecuencias más allá de su figura.
Muchos militantes y simpatizantes de Vox han visto en su caída una advertencia: la lealtad no garantiza la permanencia, y el pensamiento independiente es un lujo que el partido ya no se permite.
La disciplina ha sustituido al debate interno, y la homogeneidad ideológica se impone sobre cualquier atisbo de pluralidad.
Vox, en su búsqueda de eficacia y control, ha sacrificado la diversidad que le dio vida.
El relato oficial, cuidadosamente construido por la dirección del partido, apenas menciona a Smith. Su nombre ha desaparecido de los comunicados, de las apariciones públicas, de los discursos que antes celebraban su papel fundacional.
La historia de Vox se reescribe cada día, y los protagonistas incómodos son borrados sin contemplaciones.
La memoria colectiva, moldeada por quienes ostentan el poder, olvida rápidamente a los que ya no sirven a la causa.

Sin embargo, la figura de Smith sigue siendo relevante para entender la evolución de Vox.
Su caída marca el fin de una etapa y el inicio de otra donde la obediencia es ley y la disidencia, pecado.
El partido que prometía regenerar la política española ha acabado replicando los mecanismos de control y exclusión que tanto denunciaba.
La paradoja es evidente: la criatura ha devorado a su creador, y el sueño de pluralidad se ha convertido en pesadilla de uniformidad.
El futuro de Ortega Smith es incierto. Como concejal en Madrid, su influencia es mínima, y sus opciones de recuperar protagonismo parecen remotas.
La política, sin embargo, es impredecible. Los exiliados de hoy pueden ser los líderes de mañana si las circunstancias cambian.
Smith, curtido en mil batallas, no parece dispuesto a rendirse. Su resistencia, aunque solitaria, es un recordatorio de que el poder no es eterno y que la lealtad, aunque no siempre recompensada, es un valor que trasciende los cálculos políticos.
La historia de Smith y Vox es también una lección sobre la naturaleza del poder.
Los partidos, como las criaturas mitológicas, tienden a devorar a quienes los alimentan.
La ambición, la disciplina y la necesidad de control acaban imponiéndose sobre la amistad y la lealtad.
Los fundadores, una vez imprescindibles, se convierten en estorbos cuando sus ideas dejan de encajar en el nuevo orden.
La política, en última instancia, es el arte de la supervivencia, y quienes no se adaptan son sacrificados en el altar de la eficacia.
Vox, en 2025, es un partido diferente al que nació hace una década. Sus primeros líderes han sido sustituidos por cuadros disciplinados y obedientes, y la pluralidad ha dado paso a la homogeneidad.
El mensaje es contundente: aquí no hay espacio para la duda ni para el debate. La máquina funciona mejor sin piezas sueltas, y la lealtad se mide en silencio y sumisión.
La caída de Ortega Smith es el espejo donde se refleja el nuevo Vox. Un partido que ha renunciado a la diversidad para abrazar la disciplina, que ha sacrificado a sus fundadores para consolidar el poder de su líder.
La historia, sin embargo, no termina aquí. Los partidos cambian, las alianzas se rompen y la política sigue siendo el terreno de lo imprevisible.
Smith, aunque apartado, sigue siendo parte de la memoria colectiva, y su destino es un recordatorio de que el poder, por mucho que se empeñe en borrar el pasado, nunca puede escapar del todo a su propia historia.
En definitiva, la purga de Javier Ortega Smith es mucho más que una anécdota interna. Es el símbolo de una transformación que afecta a todo el sistema político español.
Vox, en su afán de control, ha sacrificado la pluralidad que le dio vida y ha mostrado que la lealtad tiene fecha de caducidad.
La criatura ha devorado a su creador, y el partido que prometía “ni un paso atrás” ha acabado avanzando sobre los restos de quienes lo hicieron posible.