YOLANDA DÍAZ TRAICIONA A SÁNCHEZ! CAE EL GOBIERNO TRAS TODOS LOS CASOS RECIENTES? CRISIS FINAL?.

El ocaso del sanchismo: crisis de gobierno, corrupción y la encrucijada de la izquierda española.
La política española atraviesa uno de sus momentos más convulsos en décadas.
El gobierno de Pedro Sánchez, que parecía capaz de resistir cualquier embate, se encuentra ahora en una situación límite, acosado por una sucesión de escándalos de corrupción, divisiones internas y una sensación de agotamiento que se extiende tanto entre sus socios como en la opinión pública.
La pregunta que hoy domina el debate político no es si el sanchismo caerá, sino cuándo y cómo se producirá ese desenlace.
Durante meses, los partidos aliados y los propios miembros del gobierno han dado muestras de una lealtad forzada, tragando “carros y carretas”, soportando crisis y contradicciones con la esperanza de que el ciclo político les permitiera sobrevivir.
Pero como reza el dicho, no hay mal que cien años dure, y la paciencia parece haberse agotado. La caída de Sánchez ya no es una hipótesis remota, sino un horizonte palpable, y los actores políticos empiezan a replegarse y a preparar sus estrategias para el día después.
La izquierda, en particular, enfrenta una encrucijada. El caso de Junts per Catalunya en Cataluña es paradigmático: ante el auge de Aliança Catalana y la presión de Esquerra Republicana, Junts se ha visto obligado a revisar su política y girar hacia posiciones más conservadoras para evitar perder influencia.
Esta dinámica, salvando las distancias, se repite en el seno del gobierno central, donde Sumar y Yolanda Díaz han pasado de la disciplina al cuestionamiento abierto.
El movimiento de Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y líder de Sumar, ha sorprendido a propios y extraños.
En un gesto inesperado, Díaz ha reconocido públicamente la gravedad de la situación, admitiendo que la corrupción que afecta al gobierno es insostenible y que así no se puede seguir gobernando.
Su declaración, lejos de ser una simple crítica, es un aviso de que el ciclo de Sánchez está llegando a su fin.
La imagen de Díaz sola en el Congreso, abandonada por sus socios, resume la soledad y el desgaste del sanchismo en su etapa final.
Sin embargo, la coherencia política exige más que palabras. Si Díaz considera que el gobierno es insostenible, muchos le piden que actúe en consecuencia y abandone el ejecutivo.
La cuestión de la dimisión, aunque semánticamente discutida, se convierte en el símbolo de la responsabilidad política: no basta con denunciar la corrupción, hay que marcar distancia y asumir las consecuencias.
La falta de acción refuerza la percepción de que la izquierda prefiere seguir “a la sopa boba” bajo el paraguas del poder, aunque ello implique compartir espacio con prácticas que denuncia.
La crisis del gobierno se ha agravado en las últimas horas por una avalancha de noticias judiciales y policiales.
La apertura de juicio oral contra el exsecretario de organización del PSOE y exministro de Transportes por graves delitos de corrupción y pertenencia a organización criminal, el informe de la UCO sobre un presunto soborno millonario en la trama de hidrocarburos, las decenas de entradas y registros en empresas públicas estratégicas y la investigación sobre el rescate de Plus Ultra con la detención de su presidente por blanqueo de dinero de Venezuela han generado una sensación de colapso institucional.
Estos casos, que se suman a la investigación sobre la SEPI y otros organismos, dibujan un panorama de corrupción sistémica que recuerda —y supera en intensidad— a las peores etapas del Partido Popular.
Lo más grave, según analistas y periodistas, es que el gobierno de Sánchez llegó al poder con una promesa de regeneración democrática, de limpiar la corrupción heredada del PP.
Sin embargo, la realidad muestra que el acceso al poder ha ido acompañado de nuevas prácticas corruptas, amaños en contrataciones públicas y el uso de la maquinaria institucional para favorecer intereses privados.
El papel de José Luis Rodríguez Zapatero, expresidente y líder en la sombra para muchos, añade una dimensión inquietante al drama político.
La imagen de Zapatero esquivando preguntas sobre el rescate de Plus Ultra y sus vínculos con la narcodictadura venezolana, mientras su amigo y CEO de la empresa es detenido por blanqueo de capitales, ilustra la incomodidad y el nerviosismo que se ha instalado en el PSOE.
Las preguntas incómodas que la prensa dirige a Zapatero y a otros dirigentes socialistas reflejan la presión creciente sobre el partido y la dificultad para mantener el control de la narrativa.
A pesar de la gravedad de los hechos, la reacción mediática y política es desigual.
En Televisión Española y otros medios afines, la defensa de Sánchez se articula en torno a la minimización de los casos de corrupción y la denuncia de una “jauría” opositora liderada por PP y Vox, jueces y organizaciones de ultraderecha.
El argumento es que, tras ocho años de gobierno y una persecución implacable, lo único que se ha encontrado es el caso Ábalos y algunas irregularidades menores, mientras los escándalos que afectan al entorno familiar del presidente se consideran infundados.
Sin embargo, esta defensa choca con la percepción ciudadana y con los datos objetivos.
La acumulación de casos, la implicación de altos cargos y la extensión de las investigaciones judiciales han erosionado la credibilidad del gobierno y han alimentado el escepticismo.
La paradoja es que, según los sondeos del CIS, la corrupción parece no afectar negativamente al PSOE, que incluso aumenta su ventaja sobre el PP.
Este fenómeno, atribuido por algunos a la manipulación mediática y por otros a la polarización política, revela la dificultad para traducir el desgaste institucional en consecuencias electorales inmediatas.
El debate sobre la corrupción y la descomposición del gobierno se ha instalado en todas las tertulias y medios de comunicación. Se habla de agonía, de etapa final, de muerte lenta o rápida del sanchismo.
Los propios miembros del PSOE reconocen en privado que el gobierno no llegará al verano y que lo único que queda es intentar salvar los muebles, asegurando los escaños actuales antes de que el derrumbe sea total.
La estrategia es resistir, amarrar lo que se pueda y preparar el terreno para una transición inevitable.
En este contexto, la pregunta sobre la financiación del PSOE y el origen de los fondos para mantener la maquinaria partidista adquiere una relevancia especial.
Las tramas de hidrocarburos, los amaños en la SEPI, los rescates empresariales y el blanqueo de capitales en Plus Ultra son vistos como posibles fuentes de financiación ilegal, alimentando la sospecha de que la corrupción no es solo un problema ético, sino una cuestión estructural que afecta al funcionamiento mismo del partido y del gobierno.
La situación actual recuerda a otras épocas de crisis y corrupción, pero con una intensidad y una velocidad inéditas.
La información fluye a ritmo de vértigo, los casos se multiplican y la sensación de descomposición se extiende.
La promesa de regeneración democrática que llevó a Sánchez al poder se ha diluido en medio de escándalos y contradicciones, y la izquierda se enfrenta al dilema de cómo reconstruir la confianza y el proyecto político tras el ocaso del sanchismo.
El futuro inmediato es incierto. La caída de Sánchez parece inevitable, pero el proceso y las consecuencias están por definir.
La izquierda deberá afrontar una profunda revisión de sus alianzas, sus liderazgos y su discurso.
Yolanda Díaz y Sumar tienen la oportunidad de marcar distancia y construir una alternativa, pero para ello deberán asumir riesgos y romper con la lógica de la supervivencia a cualquier precio.
El PSOE, por su parte, tendrá que rendir cuentas, depurar responsabilidades y recuperar la credibilidad perdida.
La democracia española, sometida a una presión inédita, se juega en estos meses su capacidad de regeneración y de adaptación.
El ocaso del sanchismo es más que una crisis de gobierno: es una prueba de madurez institucional y política, una oportunidad para redefinir las reglas del juego y para exigir transparencia, responsabilidad y honestidad.
El desenlace, aún incierto, dependerá de la capacidad de los actores políticos y sociales para aprender de los errores y para construir un futuro más sólido y menos vulnerable a la corrupción y al desgaste.
En definitiva, la etapa final del gobierno de Pedro Sánchez marca un punto de inflexión en la política española.
La corrupción, la descomposición interna y la falta de respuestas contundentes han agotado el ciclo del sanchismo y han abierto la puerta a una nueva era de incertidumbre y de cambio.
La sociedad española, testigo y protagonista de este proceso, tiene ante sí el reto de exigir explicaciones, de reclamar coherencia y de participar activamente en la construcción de una democracia más limpia y más fuerte.