Estalla el drama: los nuevos vecinos de Kiko Rivera lo rechazan con dureza, lo acusan de convertir el barrio en un infierno; la opinión pública queda en shock al descubrir la gravedad del asunto y la polémica explota en todos los medios, convirtiéndolo en epicentro de una crisis inédita|TH

El hijo de Isabel Pantoja se ha mudado, tras su separación, a una zona exclusiva.

Ahora surgen inconvenientes por su “turbio pasado”.

Kiko Rivera, en una imagen reciente.

La mudanza de Kiko Rivera a la exclusiva urbanización sevillana de La Juliana, en Bollullos de la Mitación, ha caído como un jarro de agua fría entre sus nuevos vecinos.

Acostumbrados a una rutina plácida, lejos de los focos y el bullicio de la ciudad, la llegada del hijo de Isabel Pantoja no se interpreta como un aliciente, sino como una amenaza.

Y no tanto por lo que hace ahora, sino por el peso de un pasado que en esta comunidad nadie olvida.

De momento, la entrada a la elitista urbanización ya refleja la tensión: paparazzi apostados junto a la barrera de seguridad, cámaras atentas a cada movimiento.

Una vecina lo resume con franqueza: “Aquí no estamos acostumbrados a este tipo de residentes.

Tememos que vuelva a sus viejas costumbres, con fiestas interminables o comportamientos que rompan la tranquilidad.

Esa es nuestra mayor preocupación”.

Sus palabras revelan el recelo de una comunidad que no perdona, que teme las adicciones que marcaron a Kiko ni el eco de las noches turbulentas que en su día protagonizó.

Cuenta el diario La Razón que José M., otro de los residentes, no se muerde la lengua: “Cualquier día lo vemos entrar en nuestro club con toda su corte de amigos.

Ojalá entienda que aquí no queremos personas conflictivas”.

Una desconfianza que contrasta con la buena integración de otros rostros conocidos de la zona, como Sergio Ramos y Pilar Rubio, cuya mansión se levanta no muy lejos y que han sabido adaptarse al espíritu silencioso del lugar.

Porque lo cierto es que, más allá de sus intentos de empezar de cero, la sombra de su fama le persigue.

En La Juliana, los vecinos no olvidan ni las fiestas ni las adicciones.

Y en ese recuerdo, más fuerte que cualquier gesto de reconciliación, se juega Kiko Rivera la verdadera batalla: ser aceptado en un paraíso que no quiere ruidos y, mucho menos, antecedentes de (presunto) consumo de ciertas sustancias tóxicas.

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