La formación nacionalista vasca ha echado un capote al directivo José Antonio Jainaga, imputado por supuesta complicidad con Israel
José Antonio Jainaga (Bilbao, 1954) se ha colocado en el foco de una tormenta judicial y mediática sin precedentes en el panorama industrial vasco.
Su imputación por presunta “complicidad en delitos de lesa humanidad y genocidio”, derivada de la venta de acero a la compañía armamentística israelí IMI Systems, ha sacudido su reputación.
La investigación de la Audiencia Nacional sostiene que Jainaga y otros directivos actuaron con pleno conocimiento de que el material vendido sería destinado a la fabricación de armamento.

Y que lo hicieron en una operación que “careció de autorización del Gobierno” y que, según el juez, “podría constituir contrabando”.
El escándalo no solo expone la responsabilidad de Jainaga en operaciones internacionales que habrían contribuido a la guerra de Israel, sino que también sirve como preámbulo para abordar otras polémicas que han acompañado su trayectoria.
La sombra de esta imputación alcanza directamente a la relación del empresario con el PNV, su influencia sobre Sidenor y su súbita aparición en la industria ferroviaria española con Talgo.
Desde hace años, Jainaga mantiene una relación muy estrecha con el PNV, vínculo que ha sido señalado por críticos como un “ejemplo de cercanía política excesiva.
” La formación nacionalista ha respaldado públicamente al empresario incluso en medio de la imputación judicial.
Ha destacado su participación en operaciones industriales estratégicas para la región, y le ha desvinculado de la operación de Talgo que ahora lidera.
Este respaldo ha generado suspicacias sobre la influencia política en la elección de empresas para proyectos industriales clave.
Y también sobre la capacidad del partido para distinguir entre intereses públicos y privados.
Aunque pocas voces dudan del interés del PNV en defender la vasquidad de las empresas, otros sí que creen que debería exhibir menos sus estrategias empresariales.
Hombre de cabello canoso con gafas y traje oscuro hablando frente a un fondo azul
La historia de Jainaga en el mundo empresarial comenzó a destacar con la privatización de Sidenor en 1995.
La compañía siderúrgica pasó a manos de Sabino Arrieta, industrial y exconsejero de Industria del Gobierno Vasco.
La operación fue polémica dentro del propio PNV, donde algunas facciones consideraban que la venta impedía la creación de un gigante siderúrgico en el norte.
En 1998 Arrieta fichó a Jainaga como director general, proveniente de Michelin, donde había alcanzado altos cargos en Europa.
Tras años de gestión, Sidenor fue vendida a la multinacional brasileña Gerdau por 443 millones de euros. Solo para volver a manos de Jainaga y un grupo de directivos en 2016 por apenas 155 millones.
La operación, facilitada en parte por la intervención del PNV, generó críticas por la diferencia abismal entre los precios de compra y venta y por la presunta ventaja que un grupo cercano al poder político habría obtenido.
La adquisición de Sidenor ha alimentado la narrativa de Jainaga como empresario audaz, pero también oportunista.
Su éxito en rescatar y rentabilizar la siderúrgica ha sido innegable: Sidenor factura más de 900 millones de euros y mantiene relevancia estratégica en el País Vasco.
Sin embargo, la combinación de operaciones financieras agresivas y la cercanía política ha sido interpretada por algunos como “ejemplo de cómo los grandes empresarios pueden beneficiarse de redes institucionales que trascienden la competencia de mercado”.
Talgo no será húngara
Otro capítulo relevante de su vida lo protagoniza Talgo. La histórica empresa ferroviaria, con más de 2.500 empleados y una presencia relevante en Álava, se convirtió en objetivo de adquisición en medio de una operación estratégica que involucraba al Gobierno Vasco y al fondo público Finkatuz.
La operación, concebida como una participación de menos del 30% para evitar una OPA, permitirá a Jainaga, respaldado por el PNV y la SEPI, controlar indirectamente el grupo.
La maniobra ha generado inquietud por varias razones: Talgo arrastra una deuda creciente, la empresa húngara Magyar Vagon había intentado hacerse con ella previamente y La Moncloa, al quite, lo evitó con un veto.
El hecho de que Jainaga aparezca ahora como actor central en Talgo.
Mientras mantiene la presidencia de Sidenor y afronta un proceso judicial de gran calado, ha levantado preguntas sobre la concentración de poder industrial y la capacidad de supervisión estatal.
Hombre de traje hablando en un podio con el logo de AEGE y una pantalla azul de fondo mostrando su imagen y una bombilla formada por engranajes.
Más allá de estas polémicas, su carrera revela una serie de patrones que han alimentado la crítica: la discreción extrema con la que maneja sus adquisiciones, la tendencia a intervenir en empresas en dificultades y su capacidad de movilizar apoyos políticos para cerrar operaciones clave. Todos estos elementos convergen en un perfil de “empresario influyente”.
Este hijo de taxista de currículo académico brillante combina un historial de éxitos empresariales con controversias, que van desde su implicación en ventas de material militar a Israel hasta su cercanía con el PNV, la compra ‘barata’ de Sidenor y su súbita entrada en Talgo.
La investigación judicial actual, sumada a la exposición mediática, ha convertido al empresario peneuvista en un símbolo de las tensiones entre poder económico, influencia política y responsabilidad ética en la industria.
Mientras tanto, los próximos meses definirán no solo el futuro de Talgo, sino también el alcance de la responsabilidad de un empresario que ha sabido moverse con audacia entre mercados, gobiernos y polémicas.
Ahora debe enfrentarse a la sombra de una imputación judicial que podría marcar un antes y un después en su trayectoria.