Les voy a dar una información incómoda, sobre todo para el gobierno de España: si uno repite una frase lo suficiente, no se convierte en verdad; solo en un eslogan.
“Hemos reducido un 50% el precio de la electricidad desde 2018 gracias a las renovables”, proclamó el presidente Sánchez en Londres.
El problema es que los números —esos agentes tan poco impresionables— no se han enterado de la consigna.
El precio mayorista no se ha desplomado y la factura de los hogares tampoco muestra ninguna “mitad milagrosa”.
Pero el eslogan luce bien en un atril y, a veces, eso parece bastar, sobre todo para los que les votan.
Según el operador del mercado (OMIE), el precio mayorista medio era 57,29 €/MWh en 2018 y ronda los 72 €/MWh en el último año. Es decir: sube en un nivel similar a la inflación.
En ningún caso baja y, por supuesto, no ha bajado un 50% como afirma (miente) Sánchez.
“Quizá se refiere a lo que paga la gente en su casa”, dirán algunos. Pues tampoco.
La realidad es que la tarifa del hogar es un cóctel de energía, peajes, cargos, IVA y demás tributos que suben y bajan al son de la caja pública.
Cuando se recorta el IVA o se parchean los impuestos eléctricos, la factura afloja; cuando se restauran, vuelve a apretar.
Si de verdad se hubiera producido una bajada del 50%, no harían falta artificios fiscales para maquillar el recibo.
Todos ustedes lo habrían notado. Simplemente es falso.
Ni siquiera los verificadores más comprensivos con el Ejecutivo, como Newtral o Maldita, han conseguido rescatar la frase del naufragio.
Como mucho, estiran un argumento contrafactual: “las renovables han evitado que paguemos más”.
Fenomenal; también mi paraguas evita que me moje más… cuando ya estoy calado.
Lo que el presidente afirmó no fue un “podría haber sido peor”, sino una rebaja real y palpable de la mitad del recibo.
Saquen sus facturas y comprueben.
El relato oficial mezcla tres planos: el mercado mayorista, la factura final y el ámbito ideológico.
Todo ello para esconder la bolita y marear al ciudadano, que entiende bien poco del complejo sistema eléctrico.
En el primero, la realidad es tozuda.
En el segundo, los impuestos van y vienen según necesite Hacienda.
En el tercero, se proclaman victorias estadísticas mientras se esconde la letra pequeña.
Titulares grandilocuentes que se evaporan al primer contacto con la realidad.
Puro Goebbels.
Y luego está el elefante en la sala: cómo se opera el sistema eléctrico de verdad.
Desde el gran susto de abril, la red se maneja con un enfoque mucho más conservador.
¿Consecuencia? Más restricciones técnicas, más ciclos combinados en caliente, más costes de ajuste y más expulsión de renovables que ya habían casado en el mercado.
Eso no aparece en el eslogan presidencial, pero sí en la contabilidad: menos “energía casi gratis” y más costes sistémicos que, sorpresa, terminan en la factura de todos.
Llevamos en lo que va de año más de 1.500 millones de euros de sobrecostes que van a pagar ustedes. Preparen las carteras.
Así que sí: podemos seguir con las falacias de marketing en foros internacionales o podemos tratar a los ciudadanos como adultos: explicar que el precio no ha caído a la mitad, que la factura apenas ha variado sin trucos fiscales y que, sin potencia firme, redes y reglas sensatas, la transición acaba saliendo cara.
Lo primero da likes.
Lo segundo, luz. ¿Qué prefieren ustedes?