Un silencio gélido precedió a la tormenta. Rufián miró a Mazón y pronunció lo impensable: una frase que lo cambió todo. La sala contuvo la respiración. Un silencio incómodo, una mirada desafiante y una verdad que nadie quería oír. Nadie sabía si se trataba de un ataque político… o de una confesión colectiva. El eco de sus palabras aún resonaba, como una alarma imposible de acallar. ¿Era valentía… o el comienzo de una brecha irreparable?

RUFIÁN carga contra MAZÓN: “Quedarte en la sobremesa mientras tu gente se ahoga es política”.

 

 

 

 

 

 

 

Hoy no es un día para hablar. Hoy es un día para escuchar. Con esa frase comenzó su intervención una mujer que perdió a su padre en la catástrofe provocada por la DANA del 29 de octubre de 2024 en la Comunidad Valenciana.

 

 

Era un acto cargado de emoción, de memoria y de dolor, porque lo que estaba describiendo no era sólo una pérdida individual, sino un sistema que falló.

 

 

Su relato también era un grito de exigencia para quienes, a su juicio, deberían haber protegido vidas y no lo hicieron.

 

 

Ella contó cómo él, “Manuel ‘el barbero’”, había procurado estar preparado para lo que se avecinaba. Había recibido la vacuna del COVID-19 y de la gripe aquella tarde, porque quería vivir muchos años, dijo ella.

 

 

Puso tablones en las puertas de su casa; construyó escaleras para que el barranco no inundase; siempre, decía ella, “nos hacía la comida, nos cuidaba, nos mimaba”.

 

 

Aquella noche empezó normal: un puchero en la mesa, planes para el arroz al horno al día siguiente, risas aún en el aire. Pero todo cambió.

 

 

El agua arrancó coches, barro, personas. A las 19:15 ella lo llamó. “Me dijo que había puesto los protectores y se iba a acostar pronto”, recordó.

 

 

Pero él no llegó a acostarse. El agua lo arrastró con velocidad, a más de 50 km/h según su testimonio; él luchaba por abrir la puerta del patio, el agua la bloqueaba, su nieta llamaba, su hija lloraba.

 

 

Fue una conversación agónica, esa última llamada. Y desde entonces ella ha dicho que “se me rompió el corazón”.

 

 

No era una historia individual, era colectiva. Su voz también fue la de los cientos de familias que reclaman memoria, justicia y verdad.

 

 

Porque no fue el clima únicamente. No fue un accidente aislado. Fue el fallo sistemático de un sistema de alertas, de una gestión que, para ellos, empezó a fallar “minuto cero”.

 

 

Ella apuntó nombres: la Generalitat Valenciana, su presidente en funciones Carlos Mazón, las instituciones que “no avisaron”, los protocolos que no se activaron, y ese discurso que siempre aparece: “No politicemos”, “No fue cosa nuestra”, “No había nada que hacer”.

 

 

Pero para esa familia y muchas otras sí había algo que hacer: salvar vidas.

 

 

En su intervención también anticipó lo que viene después: cuando los responsables digan “no politicemos”, cuando intenten criminalizar a las víctimas, cuando los medios digan “esto es un espectáculo” y “todo es política”.

 

 

Esa trampa —dijo— ya la conoce porque ha participado en ella en otras comisiones de investigación.

 

 

La primera constante que identificó es esa apelación: “no hay que hablar de política”, cuando precisamente toda decisión pública, sobre emergencias, alertas, evacuaciones, es política.

 

 

Si dejar a la gente en un restaurante mientras el agua se acerca es política; si irte a un centro de control y no dar la orden a prestar auxilio es política.

 

 

Ella además releva una segunda constante: la criminalización de las víctimas, su deshumanización, su etiquetado como “instrumento de partido”, algo que hizo ese mismo partido político muchas veces.

 

 

Ella advirtió que hoy lo sufrirían, que “pasará” y que su grupo parlamentario lo denunciaría y señalaría.

 

 

Cuando preguntó qué necesitan las familias, no buscaba simples palabras bonitas. Buscaba que se digan los nombres, los apellidos, las responsabilidades.

 

 

Que la lluvia intensa que cayó en un solo día no sea excusa para que nada cambie.

 

 

Reconoció que el cambio climático tiene responsables y que esas lluvias son más frecuentes, pero subrayó que también hay responsabilidades, incluso penales, cuando personas mueren porque el sistema no funcionó.

 

 

Y cuando le preguntaron cómo calificaba la actuación del gobierno de la Generalitat, respondió sin rodeos: “Desastrosa, negligente, homicida”.

 

 

No fue una metáfora. Fue lo que sintió aquella hija que vio cómo su padre moría mientras la administración fallaba.

 

 

Ella señaló que la dimisión de Mazón, anunciada recientemente, no reduce su dolor.

 

 

“La muerte de mi padre me duele igual que ayer”, dijo. Pero consideró que su salida abre un camino donde “ya no representa a un pueblo que se puso en pie para ayudarnos cuando estábamos heridos, y muertos”.

 

 

Ubicó la tragedia fuera del terreno de lo accidental y la situó en el terreno de lo evitable: “No nos los mató el clima.

 

 

Nos los mató la falta de previsión, la falta de respeto a la ciencia, la alerta que cuando llegó ya había muerto gente”.

 

 

Mientras hablaba, parecía dirigirse también a todo un entramado institucional: al gobierno autonómico, al nacional, al sistema de emergencia.

 

 

Porque su voz, sostenida en un micrófono, era también la de quienes han tenido que reconstruir su vida desde el barro, desde el agua, desde el silencio.

 

 

Esa reconstrucción no solo es de casas; es emocional, comunitaria, social. Y ella lo dijo: “No todo se arregla con ladrillos. Hay que reconstruir también a las personas”.

 

 

La imagen de su padre ya es un símbolo entre las víctimas: “Mi nombre es Rosa, pero también soy Angelina, soy Scarlett, tengo 3 meses, y me llamo Silvia, tengo 80 años, mi padre era barbero, mi madre trabajaba en la construcción…”.

 

 

Porque todos los ausentes tienen nombre, rostro, historia. Y ella añadió: “Me llamo Rosa y tengo 50 y tantos, pero también me llamo mi padre, me llamo mis abuelos, me llamo mi pueblo”. Esa universalidad, esa voz plural, quiso quebrar la narrativa del olvido.

 

 

 

Hoy, mientras las autoridades debaten responsabilidades, mientras la prensa cuenta cifras y los partidos discuten calendarios, estas víctimas están pidiendo algo distinto: que no las dejen atrás.

 

 

Que no se conviertan en estadística, que su dolor no sea capitalizado.

 

 

Que las alertas funcionen, los protocolos estén listos, que la protección no sea una promesa, sino un hecho.

 

Porque otra lluvia puede venir, otra DANA puede golpear, y ellos no quieren que la historia se repita.

 

 

Y mientras tanto, las cámaras, los micrófonos y los focos están sobre ellas. Pero también —y lo pidió— que se les escuche, sin interrupciones, sin “no politicemos”, sin filtros, sin discursos protocolarios.

 

 

Que se les cumpla lo que se prometió: verdad, justicia y reparación. Porque ese es el pacto que muchas familias están construyendo en medio del barro, del dolor, pero también de la exigencia y la memoria.

 

 

Related Posts

Our Privacy policy

https://celebridad.news25link.com - © 2025 News